viernes, 24 de junio de 2016

El Poder de la lealtad

Del latín "Legalis"


La lealtad es un sentimiento que se convierte en virtud. Comprometiéndose con uno mismo en defender con fidelidad nuestros principios y creencias con franqueza, honradez, rectitud y valor.

La lealtad a Gaivs Lvlivs Caesar era impresionante. Vamos a referirnos a este personaje histórico por su nombre más conocido: Cayo Julio César, político y militar.
Nació el trece del mes "quintilis" de acuerdo al calendario romano; después, en su honor, se adoptó como el mes de Julio. Procedía de la familia Julia, patriciada pero no muy adinerada. Sin embargo, tenían fama de inteligencia, prestigio y categoría. Educaron a César con esmero, y culminó sus estudios de retórica y filosofía en Rodas. Fue un intelectual amante de la lectura romana y foránea, extraordinario orador, y escritor de sus propias crónicas de guerra. Empezó su vida política desde abajo, metiéndose en los arrabales aprendió que a la plebe gustaba le pagaran obras, bienes y comida. Con esas herramientas los cautivó, y ocupó en la antigua Roma casi todos los puestos públicos, y en todos se desempeñó eficientemente. Entre tantos cargos ocupó el de máxima autoridad religiosa, recaudador de impuestos en España, y gobernador de las Galias Cisalpinas y Narbonenses. 

Se reveló contra su propio aliado, el genio militar, Pompeyo. Aprovechó el descontento popular por la corrupción endémica de Roma y la caída moral y económica de la sociedad. Sus militares y la plebe, juraron seguirle sin dinero, sólo por lealtad. Cruzó el río Rubicón, su frontera de las Galias, y guerreó tres años. Contra todo pronóstico derrotó al general Pompeyo y llegó tras él hasta Egipto, donde había buscado refugio con los Ptolomeos.
En realidad, César no pretendía capturar y matar a Pompeyo, sino evitar que, por la falta de lealtad entre sus militares, le mataran; al verle derrotado y exiliado. Llegó tarde, un día después del cumpleaños del general Pompeyo, un guardia de su entorno lo decapitó y entregó su cabeza a los Ptolomeos, y estos se la entregaron a César a su llegada. César sintió asco de tanta sumisión y lisonjería. Antes de tomar parte en la guerra Alejandrina, y ponerse del lado de Cleopatra, investigó, arrestó y mató a todos los implicados en la decapitación de Pompeyo. Los militares de Pompeyo se le unieron al ver la hidalguía de César. 

Regresó a Roma y se declaró dictador vitalicio con derecho a decidir sobre la paz, la guerra y la economía, sin consultar al pueblo ni al senado. Gobernó el imperio con mano firme pero eficiente; a tal punto, que a él mismo le parecía inverosímil tanta tranquilidad. De modo que reunió a sus militares de confianza y les pidió recabar en todo el imperio, información de inconformidad o descontento popular. 
Todos regresaban con la misma respuesta: ¡Sin novedad! ¡Todo es paz! ¡Todos adoran al César! 
Él era demasiado inteligente para creerlo. Insistió, hasta que un súbdito le dijo, lo único que he visto es a un loco que se para en las esquinas a decir que él era amigo del general Pompeyo. 
¿Y cómo sabes que es loco? Le pregunto César.
Todo el mundo lo dice, respondió el súbdito. 
¡Tráiganme a ese loco! Ordenó el César.
Cuando regresaron los súbditos, hicieron la reverencia pero el loco no. Entonces le dijeron: ¡Inclínese! Ya le iban a golpear pero el César les quitó la mala intención. 
Se levantó del sillón imperial, caminó hacia él y le preguntó: ¿Cómo te llamas? 
Me llamo Paunias, señor, respondió el hombre.
César le miró fijamente y le preguntó: ¿Tú eras amigo de Pompeyo? 
El hombre respondió sin vacilar: no señor, yo no era amigo de Pompeyo, yo soy y seré siempre amigo de Pompeyo. ¿O piensa que porque estoy frente a usted voy a negar al más grande de todos los generales nacidos en este imperio?
César no le respondió, se dirigió a sus súbditos y les ordenó: ¡Todo lo que Paunias desee, a partir de hoy, le será dado! 
Un día, mientras César estaba reunido con súbditos y militares, le dijeron: Señor, hemos estado siempre guerreando y trabajando a su lado. Paunias renegó de usted en su cara, y usted le ha convertido en patricio.
César les respondió: ¡Daría todo lo que tengo, hasta mi propio imperio, por un Paunias!